Paseamos largamente entre los calistros de la infancia.
Entre baño y comida, comida y baño.
Y se nos impregó, como la keratina líquida, ese olor a limpito de los niños con náuticos y raya al lado (ángeles de celestial pijerío, ¿que mal han hecho ellos?), tras el chapuzón vespertino, rezumando cloro azul y merienda de colacao con tostada.
Entonces degustamos la fragancia de las flores pegajosas de calistro, con sabor remoto a gominola y sardina, también nos llegó il viaggio agridulce, laberíntico y agreste de la memoria jocosa (a veces herida).
Y entre comida y baño, baño y ladridos, ladridos y paseo, paseo y siesta, se presentaron, a la hora del café los italianos...
-
.
¡Qué bosque aquel!
(Para VSuiza)