“Aquí no pasa nada increíble. Sólo lo de siempre”. Aunque lo de siempre sea feroz. Aunque lo increíble sea la propia vida, con su dolor y su impotencia. Con su ignorancia y su esperanza. Nada nuevo, retiario, tú eso lo deberías saber.

A veces nos dejamos llevar, pese a nuestra irritación y nuestra resistencia, de una histeria sentimental; caemos en el paroxismo, en la exaltación extrema. Y nos enamoramos de alguien o de algo; de un poema, de un gesto, de una voz, de unos ojos aislados... mismamente de una escultura... de un olor que relacionamos con algo remoto... quizá sólo buscamos una querencia, aquel hueco de infancia en el que los recuerdos no son lo suficientemente nítidos.

Ya sabemos, gladiador, que ni siquiera es fiable nuestra propia memoria...

martes, 13 de noviembre de 2012

ORDEN DE ALEJAMIENTO






        
Dibujo de Elvira Domínguez
Título:"Orden de alejamiento"
Técnica:Tiza sobre cartón

 




Pincha y que suene la música. Mario Marini. La piu bella del mondo.









ORDEN DE ALEJAMIENTO
         



     Como un zorro. Por la astucia. Barajando horas. Despistándote. Jugando al laberinto. Y tomándote la delantera.

      Pero tú detrás.

      Ya no me llamas. Ya no me hablas. Solo me celas. Aunque yo doy mil vueltas, y no me ves.

      Eso creo.

      Piensas que te disfrazas, pero conozco tu disfraz. No logras engañarme.

      Te abriría los sesos y te gritaría dentro. Hurgaría sobre tu retorcida concepción de ti y de mí. Machacaría el caos que te engangrena.

      A veces, sólo a veces, las oleadas de rabia humedecen mi memoria. He sido presa de la rabia mucho tiempo. La impotencia me volvía loca. Hasta que he comprendido que es del todo inútil una sola palabra más. Por mucho que me desespere tal convicción. Por mucho que me resista ante ella. Por mucho que me zafe de conclusión de tan ontológica crueldad.

      Es inútil.

      Y a la rabia ha seguido el dolor.

      Un dolor nuevo, creciente, ancho y abismal.

      Ni vives ni me vas a dejar vivir.

 

 
     He sufrido la violencia de tu ingenio con la única y certera intención de   herir. No has parado en mientes, era mentira que me tuvieras, a la hora de la verdad, compasión. Has arrasado. Ya conozco todos los ecos horribles de mi nombre. Ya conozco toda tu inagotable maldad.

      Siempre te creía más noble. ¿Aún algo guardas más deleznable?.

      Tu sed injusta de venganza me da miedo.

      Al final tú mismo, lo confiesas, pero vuelves a las andadas, te has asustado. Sé que has escrito la fantasía de cómo me aniquilas. (Sólo pensarlo me eriza la piel). Lo has roto, pero su destrucción no altera las cosas. Dejaste plasmada la minuciosidad de tu odio. ¿De tu odio por qué?. Tachaste y corregiste. ¿Sobre qué verbo, sobre qué acción?.

      No sé lo que tardas en escribir veinte folios. No sé lo que has tardado en gestarlos... pero sé que mucho más de lo que la cordura impone.

      Ya lo has dicho. Ya lo has pronunciado. Ya lo has dicho abiertamente, sin que te tiemble la voz. Arrastrando las palabras y mirándome a la cara: que vas a iniciar otro juego. “Un juego de verdad.

      "Y esta vez a tumba abierta" Ya lo has dicho.

      Y mientras lo decías yo pensaba en mi casa, en cualquier entrañable minucia. En suplicarte, en escaparme... pero no es posible, ya lo sé... ya no es posible escaparme de ti.

      Tengo miedo .









     Has perdido cualquier vestigio de sensatez. Estás gravemente enfermo. Tu razón se tambalea y lo sabes. Pero te ríes sobre ella. No te importa. Te da igual. 

     Y además te regodeas en tu demencia. Y además sabes que estoy empezando, de veras a desesperar. Y además, como las fieras, olfateas mi terror. Y además tú eres el obsesionado;  me tienes a tu merced.

      Te lo ruego, no me mates.

      Porque tengo miedo. Mucho miedo de ti.

      Yo, que una vez fui la más hermosa del mundo (de tu mundo, el único mundo).






      Cada noche me embozo en la luz tenue, para ver si así desaparece la sombra de tu cuerpo cerniéndose sobre mí.

      Cada noche me adormilo escuchando músicas, para que tus palabras no me retumben .

      Cada noche abro los ojos y los hundo en el ocre pálido de mi techo. Buceo en un tazón de nata espeso y sin final.

      El miedo no era negro. Es blanco e inacabable.

      Mi pesadilla eres tú.

      Tú y mi torpeza. (Siempre, ya lo sabes, juego mal). Siempre creo que puedo convencer esgrimiendo palabras.

      Ahora tengo miedo. Y cuando cruzo mi calle siento frío por mi espalda y deseos de echarme a correr. Como si de un momento a otro fuese a oir mi nombre y de repente notar un balazo.



      Siento miedo de esta inexplicable situación.

      Miedo de tu cabeza alterada.

      Miedo de tu enfermedad.

      Ahora sí sé, lo que es este sentimiento que me quita el hambre y la concentración. Y que a la vez me arrebata en tristezas ante los ignorantes que me rodean.

      Y tú lo sabes. Y no sientes pena.

      No sufres por este sufrimiento que has hecho germinar en mí.

      Estoy sola frente a mi miedo.


 


     A ti menos que a nadie puedo apelar.

      Y siento ganas de llorar de nuevo. Ni por melancolía ni por compasión.

      Sólo por miedo.

      Ya ves... como un pobre animal...

      Te lo ruego, no me mates.

      Porque tengo miedo. Mucho miedo de ti.

      Yo, quien he rogado que me defiendan del monstruo.

      Yo, que una vez fui la más hermosa del mundo.

      Yo, a quién dijiste amar más que a tu vida. (Mentira...)



      El monstruo a quien una vez, y era verdad, amé.




 


El artículo 48 del Código Penal regula la figura de la orden de alejamiento en los siguientes términos:

"La prohibición de aproximarse a la víctima, o a aquellos de sus familiares u otras personas que determine el juez o tribunal, impide al penado acercarse a ellos, en cualquier lugar donde se encuentren, así como acercarse a su domicilio, a sus lugares de trabajo y a cualquier otro que sea frecuentado por ellos, quedando en suspenso, respecto de los hijos, el régimen de visitas, comunicación y estancia que, en su caso, se hubiere reconocido en sentencia civil hasta el total cumplimiento de esta pena"

De este precepto podemos extraer que la orden de alejamiento puede solicitarse respecto de cualquier familiar o persona siempre que sea víctima de un delito cometido por el penado, por lo que es perfectamente aplicable a la violencia de género.
En el apartado 4 del mismo artículo, se prevé la utilización de medios electrónicos para garantizar el cumplimiento de la orden.
El incumplimiento de esta medida de seguridad se recoge en el artículo 468, el cual dice que "se impondrá en todo caso la pena de prisión de seis meses a un año a los que quebrantaren una pena de las contempladas en el artículo 48 del este Código o una medida cautelar o de seguridad de la misma naturaleza impuestas en procesos criminales en los que el ofendido sea alguna de las personas a las que se refiere el artículo 173.2".

Si desea conseguir una orden de alejamiento no dude en ponerse en contacto con nosotros en cualquier momento del dia en el 653894827

lunes, 5 de noviembre de 2012

TROMPE L´OEIL

 
 Benjamin Britten.
Variations on a Theme  by Frank Bridge.
 Wiener Walzer.

                                      





                     TROMPE L´OEIL



Estos son. Mis frases y mis silencios;   
Las losas húmedas de tanto orgullo.     
Un estruendo indomable o un murmullo,
El telón pardo de mis días necios.

Te presento la hondura y la derrota  
Desde donde aún cruzo, huyo y regreso  
A encubrir el saqueo del afán preso         
Y el desconsuelo, en memoria rota.

El haz de luz disperso en el que fundo
Tanta y tanta oquedad... tanto pretexto.
Mi historia quedó fuera de contexto     
Por su terco alegato, infecundo.

Son las razones de mi sinrazón  
Del estupor rasgado y la certeza               
Aguda. Ese crimen sin belleza,
Del que un día me hablaste: la desazón.  

Hoy te recuerdo, desnudas, mis bazas.
Una endeble combinación de trío
(También de lo patético me río; 
No te sorprendas si no me doy trazas). 

Ten. La arqueología de mi dulzura        
Ya discutí sobre la sugerencia               
De la gracia latiendo en decadencia
-Pero es argumento de amargura-.

Los miras y te ven. Nuevos despojos,
Hoguera voraz que el tiempo aplacó.   
¡Fue, de veras, tan hermoso el rondó...!  
Y, sin embargo... son los mismos ojos.
 
                                         (De los poemas de Lucius Aelius)





martes, 16 de octubre de 2012

Amor constante


Adagio de Samuel Barber por Ryuichi Sakamoto
 




                                                                                                                                                                                                  
 


       
 AMOR CONSTANTE MÁS ALLÁ DE LA MUERTE

          Cerrar podrá mis ojos la postrera
          Sombra que me llevare el blanco día,
          Y podrá desatar esta alma mía
          Hora, a su afán ansioso lisonjera;

          Mas no de esotra parte en la ribera
          Dejará la memoria, en donde ardía:
          Nadar sabe mi llama el agua fría,
         Y perder el respeto a ley severa.

         Alma, a quien todo un Dios prisión ha sido,
         Venas, que humor a tanto fuego han dado,
         Médulas, que han gloriosamente ardido,

        Su cuerpo dejará, no su cuidado;
        Serán ceniza, mas tendrá sentido;
        Polvo serán, mas polvo enamorado.



Francisco de Quevedo y Villegas





lunes, 6 de agosto de 2012

RAQUEL

RAQUEl

Relato finalista del VII Certamen de Narrativa Breve
"Vales más que tu imagen" Ayuntamiento de Valencia"

Quería alzar la pierna, embutida en unas medias de rejilla, y dibujar, frente al telón granate, la perfección de su muslo elevado al infinito. Balancear con elegancia los ángulos de sus caderas al compás de la mirada impasible del bandoneón, extendiendo, con mentida intensidad lo liviano de su esencia. Y a golpe de desenfrenado clarinete conjuraba el coraje, la determinación mineral.
   
                                                                                                  
       
          
  
                                            
Quería ser una garota de Río. Sudar y hacer brillar su vientre en Carnaval. Estremecer las nalgas firmes a ritmo vertiginoso y ondular un cuerpo de alucine. Y abrir la verja carmín de sus carcajadas anchas a través de los gruesos labios y sacarse, al amanecer, el casquete con plumas de ave del paraíso para que la melena negra y salvaje siguiera bailoteando sobre su espalda. Quería la potencia de sus músculos y las doradas curvas que explotaban sensualidad.
                                                                                
                                                 
Quería ser la rubia elegante del anuncio de colonia. La de ojos achinados y dulces. Corriendo entre las olas y salpicando fresca fragancia. La chica de vaporosa túnica que al final se sumerge como una walkiria mientras un fragmento de aria acomoda su pronunciación al fabricante de París.
Quería ser el busto de la foto. La modelo exuberante que publicitaba lencería milagrosa. Quería aprender a posar con picardía el índice sobre su boca, mientras un mechón insolente le tapaba medio ojo. Y lucir con natural descaro la exuberancia de aquella feminidad. Y proyectar la sonrisa sobre los turgentes senos, la orografía envidiable surcada de puntillas de encaje color champán. 
Quería ser, cuando creciera, la mujer ideal; la Barbie de su infancia en piel y hueso, de cinturita estrecha y fémures kilométricos. La chica inalterable, a la que las hormonas no le hincharían el vientre, cuando sufriera de síndrome premenstrual. La muñeca sexual que jamás se avergonzaría de la inevitable celulitis. La exhibicionista de perfección. La que a todos volvería locos. La mujer anuncio. Los labios abultados y jugosos, el maquillaje perfecto, la línea de khol exacta. La sonrisa sobrenatural... 
 
 
 
Y los andares sofisticados, bajo una mirada agresiva y cara de mal humor. Así debían mirar las féminas inalcanzables. Un mohín de felino disgusto y las manos en las caderas. Y las transparencias soñadas, los tacones vertiginosos y las rodillas flexibles, como de ave acuática surcando la liviandad.
Se embebía en la revista con avidez de belleza. Retando al monstruo cruel de la voluntad. Devorando imágenes y elucubrando con la estafa del porvenir.
 Mientras el sol del verano se filtraba como un insulto a través de la persiana a medio bajar. Mientras las muchachas de su edad jugaban a las palas en la playa con el cuerpo imperfecto y las risas sin misterio.
   Allí no hacía calor. Y ella siempre tenía las manos frías, la punta de     nariz fría y lo hondo de las pupilas también. Con su pijama de cuello bebé. La cama sobre el suelo... y nada más. Porque en el cuarto no había tele, ni mesilla, ni cajones, ni espejos, ni armarios. La cama y nada más. Era como una celda de castigo, en previsión de todos los ecos del mundo que los psiquiatras decían que podían causarle tanto mal. Allí estaba por chantaje: “O comes o nada”. Ellos se lo habían hecho ver. Pero ella siempre veía la distorsión en sí. Le daban un margen de confianza; lloraba, queriendo lograrlo, pero la última vez volvió a vomitar. Y otra vez al cuarto con la cama, la cama pelada y nada, nada más. Le habían robado la revista. Y en venganza se deleitaba con todo el arsenal de glamour que las mujeres de mentira emanaban con su irresistible poder. Cuando entró la enfermera se la quitó; le riñó con poca dureza, pero se la quitó. No importaba, tenía a las mujeres estrella tatuadas en su cabeza. A las diosas inimitables del papel couché. La enfermera, al fin y al cabo no era nadie. Y ella no necesitaba más que su determinación. Su constancia indoblegable. Su obstinada religión. Su codicia sin fin.
Antes de que se marchase le pidió ir al wáter. La enfermera tenía la llave, así que la sacó del bolsillo y abrió la puerta. Luego volvió hasta su cama, le desconectó el suero y la ayudó a incorporarse. Sobre la alhmohada quedaron, como rastros de princesa desheredada, los cabellos de oro de cuento sin hada madrina ni calabaza alguna. Y sus ojos sin brillo   parpadearon con lentitud.
 
 
Era una parca con mirada de ángel. Y las clavículas horadaban las nubes juguetonas estampadas en la batista. Ella misma era una porción de cielo enjaulado tras los barrotes de su caja torácica. Ella misma era el arco iris en una gama de grisella. Ella misma era el gemido de un violín en pleno adagio. Ella misma era una estrella fugaz. Ella misma era una constelación salpicada por el rosario prominente de su columna vertebral. Ella misma era un sendero de huellas. La enfermera la cogió en brazos. A cada año le correspondían dos kilos. En agosto cumpliría diecisiete. 
( Siempre le habían dicho que era la mejor edad).
    
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