Paseamos largamente entre los calistros de la infancia.
Entre baño y comida, comida y baño.
Y se nos impregó, como la keratina líquida, ese olor a limpito de los niños con náuticos y raya al lado (ángeles de celestial pijerío, ¿que mal han hecho ellos?), tras el chapuzón vespertino, rezumando cloro azul y merienda de colacao con tostada.
Entonces degustamos la fragancia de las flores pegajosas de calistro, con sabor remoto a gominola y sardina, también nos llegó il viaggio agridulce, laberíntico y agreste de la memoria jocosa (a veces herida).
Y entre comida y baño, baño y ladridos, ladridos y paseo, paseo y siesta, se presentaron, a la hora del café los italianos...
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¡Qué bosque aquel!
(Para VSuiza)
¡Sería maravilloso poder verlas en un cine de verano de los de antes!
ResponderEliminarHabía un calistro especial, enorme y ahuecado, en el que mi amiga y yo guardamos muchos tesoros y secretos... Le perdí la pista con seis años y ya nunca sabré encontrarlo...
Mil gracias por regalarme tantas historias ¡Qué magníficos días hemos pasado! Un beso, bonita.
¿Y qué guarda el gran padre de los calistros?
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