“Aquí no pasa nada increíble. Sólo lo de siempre”. Aunque lo de siempre sea feroz. Aunque lo increíble sea la propia vida, con su dolor y su impotencia. Con su ignorancia y su esperanza. Nada nuevo, retiario, tú eso lo deberías saber.

A veces nos dejamos llevar, pese a nuestra irritación y nuestra resistencia, de una histeria sentimental; caemos en el paroxismo, en la exaltación extrema. Y nos enamoramos de alguien o de algo; de un poema, de un gesto, de una voz, de unos ojos aislados... mismamente de una escultura... de un olor que relacionamos con algo remoto... quizá sólo buscamos una querencia, aquel hueco de infancia en el que los recuerdos no son lo suficientemente nítidos.

Ya sabemos, gladiador, que ni siquiera es fiable nuestra propia memoria...

lunes, 22 de agosto de 2011

VEINTIDÓS DE AGOSTO





PAVANE. Gabriel Fauré.
"22 de Agosto" Retrato en sanguina. 
Premio V Certamen Nacional de Dibujo   Felipe Orlando. 
Autora: Elvira Domínguez Fernández.


22 de agosto

¿Que por qué, me preguntas? ¿Acaso no lo recuerdas? ¿Habrás podido olvidar la fecha de la impecable armonía?

Sesteabas en la penumbra del cuarto, sobre las sábanas frescas. Succionando sueños de tu viejo chupete rosa, aquel remedo tierno y deformado de pezón con regusto a caucho tibio. El asidero al hábito; el que te hacía dormir.

 A las cuatro de la tarde, mientras la radio, remota, anunciaba remedios a plazos, espectáculos con primicia y canciones inaudibles - las de aquel verano-.

El mestizo de grizly y clow barato doblegaba su cachorrez y apenas respiraba, sometiéndote la pelambre sintética y sucia, su olor a manoseo azucarado y tardes de paseo arrastrado por el jardín.

¿Es posible que no te acuerdes? Ese veintidós de agosto cumplías, exquisita, uno de los tantos hitos de la vida. Acatabas con absoluta exactitud tu obligación.

Otros, a su vez, cumplían su deber con perfección semejante …

La gata Mamarrayas estaba pariendo, en su escondrijo de hojas secas de palmera, entre la umbría  del pasadizo trasero, allí, donde destila siempre el bidón antiguo, el misterioso percutor  que hidrata la porción de piel de la madre tierra, nutricia de la enredadera que se expande en campanillas violáceas.

Tú te ajustabas en ese instante a la conjunción de los planetas, de las hormigas, de las moléculas… de los pichones asilvestrados que se lanzaban piando al  paroxismo de los primeros vuelos.

Después del "emblanco" de lenguado y el postre de un (melotocón, decías)  dulce -muy molidito, muy molidito-. Con tu peto tricolor y la babilla de la inconsciencia, derramando la gracia de tus pasos tostados y la fragancia a celulosa seca.

A la vez se urdía, a trasmano, algún feroz decreto ley. A la vez se maquinaba algún sangriento atentado. A la vez, en la playa, explosionaban besos inéditos y romances como crestas de olas bonancibles, a la vez estallaba, rechinando sílice, el espumerío bárbaro e incontenible de la violenta carnalidad.

Mamarrayas, también tricolor, se comía las placentas y transportaba con delicadeza el bocado del cuerpecillo ciego de Cararratón, como antes hiciera con Salvaje, como antes hiciera con Simba, como antes hiciera con Jopoquebrao. Porque la dócil Mamarrayas, con matemática precisión, cada año maullaba por los arriates y luego cortaba algún cordón umbilical. Ofertando, insistente, la inocencia de los sin alma a los dioses del designio inútil. Carnes de veneno. Dictamen de eutanasia extranjera en aras de evitar hipótesis de agonía atroz. Salvo que los espasmos del veneno eran la más pura evidencia de la atrocidad.

Las estrellas seguían, neurasténicas, moviéndose sin rumbo, invisibles, en el cielo azul. Y la higuera se empeñaba en maquillarse de cobalto, estirando su copa cada vez más, enferma de vanidad. Acogiendo, contradictoria, salamanquesas durmientes y mirlos descarados.

Cuando una miríada de criaturas aún esperaba nacer. Y cuando otra miríada de criaturas aún no esperaba morir.

Se abría, puntual, alguna rosa, antepasada de aquellas que tapizaron la tumba de la perra Tinta. Cuando ni siquiera la  madre de la perra Tinta había nacido, cuando quizá la bisabuela de la perra Tinta se ocupaba de parir, como Mamarrayas, la discreta felina de vocación doméstica, sin otro techo que el refugio del reseco vestigio de palmeral.

Tú dormitabas, rumiando las nuevas imágenes de tu infancia. Los monstruos encantadores y los héroes que castigaban con la ausencia de sonrisas.

Morena y honda como un mirabrás. Profunda y cálida como un adagietto. Dulce y dejada como una pavana  (mismamente nuestra Pavana de Fauré).

En un establo de cartón, la escuadra multicolor de ponys se acicalaba las crines color esmeralda y se juraba -¡Salvad a mi amigo!- en un crescendo de femeniles relinchos, letanías de lealtad.

Hecha olor, carne, palabra y lunarcillos la ternura misma nos daba, cada mañana, un beso de buenos días teñido de café. Y nosotros, tan humanos, tan miserablemente humanos…ni sabíamos de aquel prodigio.

 La Ítaca negra y fiel, en su eterno candor animal, corría su "derby" y se golpeaba las tibias contra el pesebre duro, donde germinaba, vehemente, un indisciplinado ejército de esporádicas vincas.

Muy al alba, aún entre las sombras, desfilaban por el césped los fantasmas de otros perros. Y no se sabe si por timoratos o amables, aun les movían el rabo a los perros fantasmas del porvenir.

A las cuatro de la tarde, mientras algún torturado inventaba lo que, en verdad, nunca supo. Mientras un paria, anteayer canalla, con casco de camuflaje, sucumbía al fuego amigo y una mujer, en vano, se protegía de la puñalada familiar. Y nadie se hacía eco; y nadie se hacía cruces. Certeras carnes de veneno, como los gatos que mamaban desaforados de las ubres miserables de la buena de Mamarrayas. Mientras las muelas y la depresión incidían en que es cierto… son muy malas las calores.

En la hora sexta, las madres se amodorraban bajo las sombrillas y los críos, furtivos, se iban metiendo en el mar, burlándose de los tiburones blancos del cine y de los cortes de digestión.

Tú te ausentabas de tus balbuceos, de tus rabietas y tus mohínes. Haciendo chasquear la lengua entre aquellos diminutos incisivos que con tanta avaricia hurtó con nocturnidad y alevosía un ratón de apellido vulgar. Total, para dejarlos reposar en una caja de caudales…

El sol castigaba las nucas de los peones de la obra cercana y las sábanas recién tendidas. En la carretera, la noria y el tren de la Bruja viajaban de pueblo en pueblo, vagón por  vagón, de caravana en caravana. Y un celacanto con escamas de purpurina rosa, y ojos de delirium tremens se mofaba del repartidor de cervezas de la furgoneta de atrás.

Tú soñabas y movías los dedos de los pies. El peluche tuerto, para no incordiar, se hacía el dormido. Porque en tus coletas, que olían a sal marina y a colonia infantil a granel y en tus párpados como almendrillas crecientes, latía completo,  aquel manifiesto panteísta.

Y yo te miraba.

Me pensaba Ceres. Cuando de todo me otorgaba el poder de protegerte. Y soñar, como diosa, que siempre me pertenecerías.

Era un día de aquellos. Cuando la ausencia de angustia. Cuando la dicha, inasible y  fugaz.

Luego del sopor nada nos pertenece. Tú tampoco te pertenecerás por completo ya.

¿Que cuándo fluyó tal plenitud?

No sé… un día de aquellos…

Pon que quizá fuese un veintidós de agosto.

 

                                                                                        

                                                        A julio de 2004




9 comentarios:

  1. ¿Que puedo decir? Después de leer cosas como esta... ¿Que puedo decir que haga justicia a todas esas palabras? Suelo pecar de cauto y en casos como este, prefiero hacerlo. Estoy fascinado y avergonzado de ser un común y vulgar mortal.

    No sólo eres genial escribiendo, también dibujando. Eres tan humilde que me ofendes.

    Un beso.

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  2. Por Dios, Alberto, no me avergüences y mucho menos me atribuyas méritos por completos ajenos a un rudo gladiador como yo. Dibujo rematadamente mal, dibujo (ni me atrevo a hacerlo) como un parvulito con ganas de guasa. Ese dibujo jamás podría haber salido de unas manos toscas, acostumbradas a los zarpazos... las mías, sin más. Bien sé que al César lo qaue es del César y previa autorización. La sanguina es de Elvira Domínguez. El autorretrato de una de aquellas siestas hoy añoradas por este viejo y curtido guerrero que no termina de hallarse ni en la arena ni fuera de ella.
    Tú sí que eres genial en el dibujo... y en la elegancia espiritual.
    Un beso.

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  3. Tienes mucha razón, noble Lucius. ha sido un lapsus debido al ofuscamiento y el casi desvanecimiento que me ha causado esa lectura. Deliciosamente tierna lectura.

    Mis más sinceras felicitaciones a la gran Elvira Domínguez.

    Yo no soy genial en el dibujo ni en la arena. Tu me superas. Lo de la elegancia espiritual... tengo que meditarlo. Y desearé darte la razón. (Juás!) Siempre he ansiado ser una persona de espíritu elevado. En momentos en los que me embarga la melancolía, creo serlo o intento convencerme de que lo soy. (He terminado mi botella de absenta y no sé donde he dejado el resto del opio que me restaba. Por eso, a estas alturas, no sé muy bien lo que digo. Sé que me disculparás, como siempre haces).

    Un beso. ¿O debo decir "un abrazo rudo"? En cualquier caso, envía un beso a Elvira Domínguez.

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  4. Precioso. Me has transportado a ese remanso de paz y armonía de aquel mágico e infinito agosto, que tan rápido, casi a hurtadillas, se alejó. Gracias, eres la mejor.

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  5. ¡Salve, rey de Argos, hijo de Tideo!
    Dos cosas:
    Primera: Todos los mágicos e infinitos agostos se alejan a hurtadillas. (Axioma que la nostalgia revela irrefutable)

    Definitiva:¡Ay, si quisieran los dioses otorgarme el don insuflar en tu noble alma la paz y armonía de la que hablas...!

    Gracias a ti.

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  6. Muchas gracias Alberto por tus palabras, aprovecho para felicitarte también yo por tus dibujos y diseños, eres todo un artista.

    Y a tí Lucius, qué te puedo decir, aún estoy emocionada. Casi he podido oler al oso de nuevo y tocar la suave cabeza de Mamarraya.

    Maravillosos recuerdos. Gracias por compartirlos, verdaderamente eres la mejor.

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  7. (No sabes bien lo muy artista que es Alberto. Hay que explorar mucho tiempo sus magníficos blogs para no dejar de sorprenderse.Luego tiene la desfachatez de hablar de humildad...)

    Persi... yo aún huelo aquel pelo y aquella carnecilla.
    Desde la ultima vez han ocurrido muchas cosas que bien valían haber bailado la Pavana. Aunque al quinto compás pase lo que pasa... Pobre Lucius... tiembla como las patitas de aquel querido ser.

    Vaticiné que ya no te pertenecerías; debiste de haberlo recuperado.

    Gracias a ti...gator...

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  8. PERSI:

    Muchas gracias a tí. Es un gran honor esta clase de felicitaciones.

    LUCIUS:

    Creo que eres fácil de sorprender. O tal vez yo soy demasiado humilde. Quizás las dos cosas. Estos asuntos son una incógnita para mí.

    Si algo tengo claro, es que, como dice Persi, tú eres el mejor.

    Besos y abrazos.

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  9. ¡Lucius, dejad de sonrojadme! ¿No conoceis ya mi timidez?

    Siento tus temblores.

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