Lost Odissey:
LAS BONDADES DEL MUS
Venía anunciándome su visita de manera más o menos formal. Algo así como: "Este tipo va a ser de los que crean problemas". Pero eso no es un mirlo blanco, a veces puede suceder después de dejar el envío finiquitado. Además, pensándolo bien tampoco éste había sido
de los peor parados.
Error de cálculo, porque el hombre es un poco
testarudo y ya no se para en mientes. Creía conocerlo, pero siempre existe el
factor sorpresa.
Llegó entrada la noche y sin muchos ambages me
espetó con la necesidad de la charla y de la urgencia, de forma educada, eso
sí, pero con una determinación que enseguida evalué como muy poco propicia a
darle un rápido carpetazo.
-Disculpa que llegue a estas horas- dijo tras un
elemental saludo.
-No te preocupes, el horario ya sabes que nunca
ha sido nuestro problema.
-Sin duda me reconoces, creo.
-Naturalmente; tu ropaje, tu aspecto, tu modo de
hablar... no poseo un elenco tan amplio como puedes suponer. No tengo tantas gentes antiguas en mi haber.
Y si resulta de tu agrado te puedo saludar en toda regla.
Hizo un gesto dubitativo que me inclinó a pensar
que sí.
-Ave, Lucius Aelius Ruga, me honra que visites mi
casa.
Me levanté de la cama y procedí a escanciarle un
vaso de vino; a duras penas pudo reprimir espurrearlo.
-Muy fuerte ¿no?
-No, no, está delicioso- mintió.
-Las cosas han cambiado un poco por aquí. No
demasiado, también es cierto... y el vino, está sometido a un proceso químico
al que, desde luego, no estás acostumbrado. Pero bueno... es obvio que no te
has reunido conmigo para hablar de vino.
Una vez debidamente acomodados en el sofá del
salón procedimos a entrar en materia.
-En principio, señora, no sé si es habitual este
tipo de audiencias.
-No- me apresuré a responder con una sonrisa.
-Puedo imaginarlo, y no creas... le he dado
muchas vueltas antes de aparecer.
-Bueno, hombre, en cualquier caso no me disgusta
en absoluto. Además, acceder a tu aspecto físico me entusiasma sobremanera.
Siempre es mucho más explícito que la mera ideación.
-Me alegra oírte decir eso.
-Pero tú dirás.
-Es un tanto complicado abordar este tema... no sé si alguna vez te habrán venido con cuestiones semejantes.
-No sé qué cuestión pretendes abordar, aunque en
principio no. No es habitual pero, al grano, Ruga. Mañana hay que madrugar.
-Sí, entiendo que estés ocupada. Que mi caso está
más que cerrado. Que yo ya pertenezca al pasado.
-Siempre has pertenecido al pasado, querido
amigo- bromeé.
-Bueno, tú sabes a qué me refiero. No se trata
que naciera en el siglo I después de
Cristo. A decir verdad ese dato no quedó muy claro.
-Era irrelevante para la narración.
-Ya. Bien, supongo que consideras...
“irrelevantes” igualmente una serie de factores... en eso, precisamente se basa
mi discrepancia y, si me lo permites, mi motivo de queja.
-Ajá... has venido a quejarte pues.
-Sí. No quisiera ser abrupto, pero también sabes
que soy... digamos un tanto práctico y decidido.
- Hombre, no en balde eres ciudadano del Imperio.
Emitió una rápida risita y asintió.
-Tampoco quiero que entiendas que esto es un acto
de insumisión, ni de litigio en toda regla... no, por supuesto que no. Como
buen... ciudadano del Imperio también sé acatar la disciplina.
-Reminiscencias de tus tiempos de milicia.
-No vamos a perder el tiempo en esos detalles.
-Claro, a mí... ¡qué me vas a contar!
-Significa el hecho de que haya venido a departir
contigo a que, posiblemente, aún se puedan arreglar las cosas.
Me incliné en el sofá y le miré con atención.
-Me tienes en ascuas.
-Bueno... creo que a estas alturas te resulto
absolutamente transparente... y sin duda, una mujer como tú ya adivina de qué
se trata...
-Especifica, por favor. Una mujer como yo es muy
proclive a equivocarse.
-Pues, directamente, claramente, sencillamente no
estoy nada satisfecho con el trabajo que has realizado en lo tocante a mí.
-¡No me digas!
-Entiéndeme... te agradezco sobremanera que me
hayas otorgado cultura, inteligencia, fortuna...
-Una personalidad interesante, valor,
atractivo... - añadí.
-Sí, sí, por supuesto. Lo reconozco y lo
agradezco inmensamente, es lo primero que te he dicho.
-¿Entonces?
-Entonces el motivo de mi profundo desagrado se
resume en que no me parece justo el trato recibido.
Inspiré ruidosamente con cierto fastidio.
-Mira Ruga, vamos a dejarnos de rodeos. ¿Te has
vuelto un disidente después de todo?
-Pues llámalo como gustes pero te repito que no
me parece de recibo cómo has zanjado la cuestión de mi vida. Para ser exactos
de la vida de Naifa. No se juega así con los sentimientos de la gente... aunque
sean de ficción.
-Vamos a ver... la verdad es que puedo
entenderte. También a mí me causan tristeza estas cosas pero... ¿qué quieres
que haga?
-¿Qué qué quiero que hagas? ¡Precisamente que
reconsideres lo que has hecho!. Si las cosas han transcurrido así es
precisamente a causa de tu voluntad.
-Hey, hey, un momento. De mi voluntad no. Yo
simplemente me he limitado a recoger tu historia.
-No lo sé. No me marees. Las vidas transcurren
como transcurren y punto. Yo no soy dios.
-Me honra tanta humildad, señora mía, pero para
mí tú eres más divina que el mismísimo Júpiter.
-¿Es un halago?- me animé a servirme yo también
una copa de Rioja.
-Por cuanto que Júpiter no ha movido un solo dedo
en lo concerniente a mi persona mientras que tú has puesto en marcha tu sesera
para ponerme y quitarme del mundo a tu antojo. Y te agradecería, por otra
parte, evitaras en lo posible ese tono sarcástico que, perdóname si no es así,
detecto.
-Ay, Ruga, Ruga... ¡con lo que yo te aprecio! Sí,
discúlpame... es que tiendo al coqueteo verbal, incluso contigo, pero por
favor, por nada del mundo creas que no te tomo en consideración.
-Así lo creo, al igual que el firme
convencimiento de tu buena voluntad. También yo te profeso estima y admiración.
Por eso te inoportuno con esta vista intempestiva.
-No, hombre, no... mi casa es tu casa... al cabo
entre estas paredes naciste.
-¿No me parió mi madre en Roma entonces? ¿En qué
quedamos? Si todo lo que viví, que además me largaste la gracia de la
longevidad, transcurrió, como dices entre estas paredes... ¿a qué hacerme dar
tumbos por Britannia, África, Gades o Carthago Nova...? ¡menudas paredes las
tuyas...!
-Es una forma de hablar.
-Concedo. Lo que menos me importa son las formas;
habla, escribe y puntúa como te plazca. Lo que ya sí me importa es el “qué” y
el “cómo”. Todo está bien y no tengo yo que enjuiciar ni calibrar. La
reconsideración que espero es a propósito de la muerte. Como buen aprendiz de
dios, la has repartido a tu capricho.
-No, hombre, no... no hables así.
-¡A tu capricho! Porque aún no me he repuesto...
¡de la preñez a la oración fúnebre en un folio!
Le hice un gesto de conformidad.
-Y a los tres días de salir de Ostia... con un
golpe de naufragio fulminas a toda una familia.
-Joder, Lucius, de sobras sabes que la gente se
moría como rosquillas, igual que ahora, vamos. Y que en vez de pegarte una piña
en la autopista antes la gente se iba al fondo del mar.
-Que las formas no me importan, querida, te lo he
dicho ya.
-Esto es absurdo...
-Creo que, al fin al cabo, me debes una
satisfacción.
-¿Yo?
-Por supuesto. Antes de que naciera en Roma, en
Etruria o en el barrio éste tuyo andabas mustia, loca por hincarle el diente a
algo o a alguien. Ese alguien, esta vez fui yo.
-¿Y tengo que darte las gracias?
-Al menos disimular esa arrogancia, y... sí, mostrarte agradecida. Me debes horas de diversión, de apasionamiento, de lo que tú quieras... incluso de mi mano has aprendido cuestiones específicas que de otro modo no...
-Ruga. No procede.
-¿Que no procede? ¿de cuándo te has embebido en tanto Derecho Romano, costumbres agrarias y la flora y la fauna del lugar? ¡si hasta te he paseado por los morteros hidráulicos y los tratados de Vitrubio!
-¡Venga ya!- interrumpí comenzando a malhumorarme- ¡Si tú dormías mientras yo rastreaba documentación! He tratado de hacer de ti un personaje coherente, no un fantoche.¿Hubieras preferido que te hubiese construido una ambientación ridícula?
-Me debes bastante, reconócelo. Y dentro de ese
débito vengo a por lo que me pertenece: la vida de la que iba a ser mi mujer.
-Las historias son como son.
-Las historias son como son, es cierto, pero tus
historias son como tú quieres que sean.
-En eso te equivocas. Yo no tenía puñetera idea
de que al final te ibas a enamorar de verdad... ni siquiera sabía si te ibas a
despeñar tanto subir y bajar por el monte, o si tu esclavo el larguirucho
terminaría por largarse a lomos del caballo. ¡Yo qué iba a saber! Igual se te
podía haber quemado la villa, o haberle puesto los cuernos a Quintus con la
noble Munatia...
-No voy a discutir contigo. Como comprenderás no
he hecho el esfuerzo ímprobo de venir hasta aquí para marcharme con buenas
palabras. Con buenas palabras me has despachado cuando has puesto el punto
final. Esto tiene que tener una solución. Yo la ignoro, al fin de cuentas sólo
soy el personaje. Así que tú verás.
-Sí, veo que es tarde y que estoy otra vez enfrascada con mi imaginación. Todo esto se debe a la falta de reposo. Estoy muy cansada, tú no te lo imaginas, pero dar carpetazo a lo vuestro a razón de robarle horas al sueño durante una semana me agota. Tengo hasta dificultades para articular palabras, falta de concentración. Y todo se arregla descansando. Me acuesto, Ruga. Buenas noches.
-Pues no van a ser buenas; como no las fueron las
de ayer ni anteayer. Me voy a instalar en tu cabeza y te voy a hacer soñar. No
te gustan las pesadillas... a nadie le gustan. A mí tampoco me gusta un pelo
todo lo que me ha pasado.
-¿Pero qué te ha pasado,
demonios? Te podías haber muerto desangrado si Adrasthos no entra por
casualidad.
-Sí, el hijo de la gran puta... ese griego
metomentodo... como si fuera fácil decidirse a abrirse la venas. ¡Y llega
cuando no tenía que llegar!
-¿Lo ves? Pasó porque así estaba escrito.
-¡No! ¡No me manipules de nuevo! ¡Porque así lo
estabas escribiendo tú!
-Entonces no te quejes de lo que te ha pasado en
la vida, sino de la vida misma. Lo que no puedes pretender es tener una
existencia maravillosa. Eso ya en tus tiempos se sabía, amigo mío. Este rollo, tanto
el de la ficción como el real, tiene sus claroscuros.
-Sí, y el mío la que lo vas a aclarar eres tú. Me
lo debes. Me lo debes, ya te lo he dicho. Me has querido ¿cierto? ¿qué ha
pasado después? Nos has querido a todos, pero has terminado despreciándonos,
has jugado con nosotros, nos hemos prestado a tus pamplinas... te hemos
rescatado de tu vida miserable, supongo que tan vacía de todo que la tienes que
rellenar a costa de gente de nuestra clase.
-¡No tengo por qué consentirte que te me subas a
las barbas de esta manera! Por muy ingeniero, equites o leches que seas...
-Te hemos divertido como bufones dejándonos el
aliento y la piel ¡y te has reído! Cuando ni siquiera ha llegado a ver el
mosaico. ¡Cuando ni siquiera ha tenido la oportunidad de gozar de ver libre a su
hijo...!
-Ya te he dicho que morir es el riesgo de vivir.
Esas reglas no las he inventado yo.
- No cometas el error de creer que conoces todas
las facetas de mí.
-Mira tío, no me vengas con embelecos. Bastante
me ha fatigado escribir lo tuyo contrarreloj.
-Pues no hagas cosas que excedan a tu capacidad.
-¿Pero quién te figuras que eres? así me pagas
que no te hubiera dejado en el limbo de la ideas? Una idea no es nada, que te
enteres. Tú, y todo lo demás será una bazofia, pero hace tiempo me enseñaron
que una bazofia es más que una idea genial.
-Mil veces hubiera preferido que te hubieras
entretenido en barrer o fregar.
-¡Esto es el colmo! Venga hombre, sólo faltaría
que fueras tú quien me dijera qué tengo que hacer!
-Es que eso es inocuo
-Y teclear también.
-¿Ah sí? ¿inocuo para quién? Te has equivocado de
vocal: es inicuo lo que deberías decir.
-Tú no eres nadie, a fin de cuentas.
-¿No? ¿Y qué sabrás tú? ¿qué sabréis tú y los de
tu calaña? Tampoco los hombres reales son nada y sin embargo... ¿no sufrís?
-Mira, de verdad... lo
lamento todo mucho. Muchísimo. Me apena no sabes cuánto verte así. Eres un
personaje magnífico. Si... ¡si es que hasta me gustas!... Pero es que ya no puedo
hacer nada ¿sabes? ¡en serio que no puedo hacer nada! Ya no puedo escribir otro
final.
-Muchas novelas tienen dos
finales.
-Sí. Pero entonces.... ¡coño, Ruga, haber venido
antes! Ahora ya es tarde.
-¿Antes? ¿Cuánto antes? Terminaste a las cinco de
la mañana y al día siguiente ya estabas poniendo los sellos y enviando “urgente”
porque siempre lo echas cuando quedan dos días para que expire el plazo. ¡A
saber cuántas cosas llegarán a deshora!
-Te lo he repetido cien
veces: siempre escribo bajo presión. Eso no importa. Lo que hay es que ya no
puedo alterar nada. Si pudiera alterar estaría alterando léxico, giros y frases
indefinidamente. ¡Ruga, leche, alguna vez hay que poner el punto y final!
-Bien. Vale, entiendo lo que dices. Pero a buen
seguro que había finales igual de estupendos sin tener que quemar en la pira a
la pobre, encima con el recochineo inaudito de vestirla de novia, que hay que
tener valor.
-Mira, esas cosas enternecen mucho. Esas cosas
gustan. A veces es la frontera entre ganar o no. A mí también me repugna un
poco. Pero ¡no tengo por qué darte tantas explicaciones! La cosa fue así y
sanseacabó.
-Porque tú quieres.
-Porque ya está enviado.
-Retira el texto.
-¿Retirarlo? ¡tú deliras!
-¿Qué pasa si lo reconsideras y escribes a esa
gente?
-Que no opto a nada. ¿Te parece igual? Además, creí que a los
personajes os gustaban también los lectores. ¿Prefieres que os meta en
cualquiera de las cajas que duermen el sueño eterno debajo de mi cama?
-Todo por el dinero... qué asco... qué asco... qué asco...
-No, Ruga. Por el dinero no. Lo que se iba a despachar en tres folios
se multiplicó por diez. Tú sabrás por qué hiciste crecer esa historia, que no
era ni la tuya. Porque en principio era la vida de Primus. Pero no, el señor,
que es un vanidoso taimado fue metiéndose, a codazo limpio, como un suavón.
Para terminar siendo el protagonista.
-El único que ha salido de rositas en todo el
relato es el niño de las narices.
-Pues es que algunos tienen mucha suerte, otros ninguna y el resto
regular. Y con esto terminamos ¿sabes?
-Eso es. Dame barlovento, por segunda vez.
-Pues ea, qué le vamos a hacer. Además estás muy pedante con eso de
venir a verme con ínfulas de creatura importante.
-Creatura desde luego, importante ya te lo he
dicho: según para quién. Y lo que no me puedes negar es la originalidad de
materializarme aquí.
-¿La originalidad? Ay, no me hagas reír ¿ves? Eso
es lo que tiene ser del siglo de Maricastaña. No eres original ni mucho menos.
Lo tuyo es bastante normal. Ya habló el protagonista de Niebla con Unamuno. Con
la diferencia de que yo no soy Unamuno. Yo soy una aficionadilla, conque
figúrate tú.
-Ya sabía yo que esta conversación no podía salir
bien.
-¡Si es que es improcedente, hombre! Además...
¿por qué vas a tener tú más derechos que nadie? ¿qué diría el pobre britano que
se ha pasado todo el texto sin decir palabra? ¿qué diría el padre del niño, que
de puro insignificante no se sabe ni quién es? ¿y tu hijita, que el angelito no
aprendió ni a declinar?
-Pués tú verás. Porque no pienso largarme hasta
que le demos una solución. Porque vamos...
porque vamos... dejarme con la miel en los labios...
-Joer, Ruga, que lo siento, de verdad
-Hay que tener cinismo y desfachatez.
-Que no. Que te lo juro.Que yo estaba tan
ilusionada como tú!
-Y un cuerno. Para eso... coño, haberme dejado
suicidado.
-Pero bueno... ¿no disfrutaste el resto de tu
vida?
-Pues mira... disfrutar, disfrutar pues no.
Porque esa es otra... más castrado que Attis...
-Ah, ¡acabáramos, que el berrinche estriba en el
fornicio escaso...!
-Eres igual que todos los dioses. Egoísta,
miserable, terca, cruel...
-Hay que aceptar un no. No estás acostumbrado,
eso es lo que te pasa. Mandabas en los campamentos, mandabas cuando los diques
y el arsenal, te revolviste cuando Munatia te plantó cara. Ruga, que pasas la
cincuentena: que todo no se puede conseguir. Y ya te estás yendo, te estás
interponiendo con otras gentes que ya rondan por mi cabeza. Tú tiempo ha
pasado, como pasa el de todos. Y te insisto: yo no soy nadie: tú menos que
nadie.
-Pues nada. Yo, un nadie, jodo a otro nadie y
todo queda entre los dos. Bueno entre los dos según, porque pienso darte por
culo de manera infatigable. Ya verás tú cómo se descojona el psiquiatra ese al
que vas.
-Qué pena, hombre, con el buen latín que
hablabas... qué pronto has aprendido el peor castellano...
-Vas a arrepentirte, señora, voy a aplastarte.
Como me has aplastado a mí. Y no estoy solo. ¿Te acuerdas del oboe Carlo
Spardona? También tiene sus motivos de rencor. Y de Clara no digamos. Ni te
imaginas lo que Clara ha ido amasando por ti en estos años de reclusión. Y la Paqui
del merendero, que viene a pedirte cuentas, de su malvivir y de los malos
tratos. Y no te digo Ana, la madre de David, después de que convirtieras a su
hijito del alma en un criminal. Porque no has sido buena, señora... te has
portado mal...
No está mintiendo. Siento un fuerte empujón de
manos de quien creo identificar como Álvaro, furioso personaje humillado por su
mujer a lo largo de cincuenta folios.
Dibujo de Justin Meyers |
Era un cobarde, pero ahora me asusta la
ira de sus ojos. También detecto a la gaucha, descompuesta, gritándome
improperios por la muerte de su recién nacido.
-Estás loco... me has engañado todo este tiempo... tantos folios
tratando contigo y eres un desequilibrado... estás mal, Ruga, ahora caigo, ni
incubatio ni carajas... estás loco de atar... ¡y ahora mismo te largas y te
llevas contigo a toda esta gente! ¿ves pedazo de imbécil? ¡ya me has hecho
llorar! Porque esto no me lo esperaba. Y si tú querías a Naifa, yo la quería
más. Yo la conozco desde que comenzó a crecer por allí, mucho, muchísimo antes de
que tú llegaras. Me he equivocado contigo. Yo también te he querido. ¿Por qué
lo estropeas todo? ¿Por qué?
-Bueno, bueno- me dice el hombre con chaleco
reflectante -Venga, tranquila, que esto no va a doler.
Un par de tipos que no relaciono con relato alguno,
surgidos de la nada, me sujetan y me pinchan en el antebrazo.
Ruga, sentado en el sillón, es testigo de todas
las maniobras; también lo pasa mal. Se rebulle, se levanta y me mira con expresión
angustiada. Es tontería, si en el fondo me quiere. Como lo quiero yo a él. Mira
que discutir... a estas alturas...
Uno de los hombres, alto y
moreno habla por un móvil.
-Sí... la llevamos para
allá... sí, alucinaciones... Del doctor Munárriz. Sí. El doce del mes pasado...
sí... también... urgencia psiquiátrica. Sí, parece ser... Otro brote... Hasta
ahora. Venga, adiós. Vamos para allá.
-¿Alcohol, cannabis, algún medicamento?
Alguien le contestaba a todo. No sé. Allí estaban
nuestras copas vacías.
Ruga menea
la cabeza apesadumbrado.
Yo quisiera abrazarlo, sé que lo pasa mal.
-Eres un cabrón- le digo dulcemente, sollozando,
mientras me sujetan de los hombros y vamos saliendo al rellano de la escalera.
Uno de los hombres me está apretando mucho y me
lastima. El alto y moreno, el más guapo, le indica que no me sujete tan fuerte,
que todo va bien. Que no opongo resistencia. Oigo llorar a Ruga y el ruido del
ascensor.
Entramos. Ruga se queda tras el cristalillo.
Parece que me pide perdón. Pero volverá, ya lo creo que volverá... ¡si lo
conoceré yo! Es como esos maltratadores que te besan y te cruzan la cara.
El ascensor va por el diez. Nueve. Ocho. Siete...
-¿Y cual es el desencadenante? –pregunta el tipo
normal al guapo.
-Psch... la familia dice que se pone así después
de hincharse de escribir...
-¿Puede pasar eso?
-Hombre... hay que tener cierta predisposición.
Aunque se cree que no lo veo, con el rabillo del
ojo detecto su índice girando apoyado en la sien.
-Coño... pues ya son ganas... ¡Con lo bonito que
es el mus!
***
Y luego tu hablas de mis supuestos talentos artísticos... ¿Que tienes en la cabeza? Te imagino con ideas, frases e historias bullendo en tu cerebro. Tú debes, creo saberlo con seguridad, de estar por encima del resto de nosotros, los vulgares mortales. Todo esto, tiene que servirte de catársis, creo yo. No dejas de sorprenderme. Continuamente. Y ya va siendo hora de saber como eres, a estas alturas.
ResponderEliminarBesos. Me voy de aquí, flipado.
Sí, noble Alberto. Tienes derecho a conocerme mejor. Prometo que sabrás cómo dejé Roma, por qué quise asesinarme y por qué me quisieron asesinar. Prometo contarte por qué compré a Naifa y a su Catulus. Prometo explicarte por qué dejé la milicia, y que la gran cisterna de Carthago Nova fue fruto de mi ciencia. Fui un reputado ingeniero hasta que abominé de los dioses. Prometo contarte por qué terminé mis días viejo, muy viejo, en un rincón de Hispania, en el campo, leyendo a Horacio y oliendo el aroma de los frutos de mi huerto. Como ves, sí fui mortal, aunque a veces llegué a dudarlo.Pero no me preguntes qué tengo en la cabeza... eso late cercado por el gran muro al que no llegan las catapultas al uso.
ResponderEliminarSí, ya va siendo hora de te cuente que no soy ni fui gladiador... más que en una inmensa metáfora.
(Como todos.)
GENIAL
ResponderEliminarPersi: tú también debes cuidarte de tus creaturas. Aunque infinitamente mejor tratadas que las mías, siempre alguna habrá que...
ResponderEliminar(¿el perro econdido en el arriate, quizá?)
¿El perrúfalo Deyzi? ¡JAJAJJJA!............. Me ha dado la risa nerviosa,porque llevas toda la razón...BBRR
ResponderEliminarRuga, Ruga... Si lo peor es que te entiendo. ¿O te crees tú que yo no pienso en cada personaje querido al que he tenido que (¿tenido que?)despachar en pro de la grandiosidad del relato? Por casualidad del fatum, no conocerás a un tal Laertes, ¿Verdad...?
ResponderEliminarCreo que el siguiente enunciado resume bien la esencia de este suceso:
"Aquel a quien los Dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco". Dejo a libre albedrío saber quién es el destructor y quién el destuido...
Relato dinámico y sorprendente hasta el final, no me lo esperaba.
PD: ESPEREN, ESPEREN: "¿perrúfalo Deyzi?" Pero... ¿ERA UN PERRO? O_o xDDDDDDDDDDDD
Sí, Phalanx. Tú, como buen "matarife" entenderás bien los rencores ontológicos de estos entes cuya fuerza física la vierten en bestial energía psíquica. Laertes, sin embargo, no creo que te deba inquietar; no creo que el hombre recuerde muy bien de quién se debe vengar.
ResponderEliminarY respecto de tu gran cita, he de observar que los dioses, a veces, para destruir, prefieren administrar al reo la absoluta cordura, lo cual también es indicativo de mala leche.
Deyci es perrúfala, amigo mío, perrúfala. Sal y la estudias si gustas...
Siempre resulta estremecedor el ajado panteón de los héroes de nuestro ingenio, pues con frecuencia sucede que aquellos que más amamos son los que más nos odian. Y con razón.
ResponderEliminarGran texto, Ruga.
¡Por los dioses, gran texto el de este comentario, que tal paréceme una sentencia de "El Quijote"!
ResponderEliminar(Qué gran cabeza de olivo entre olivos anda...)