José Menese
Tientos
"Le pido a mi Dios y lo llamo"
"De cómo el mulo se aunó a Don Román en la muerte y en la Vida Eterna"
Ocurrió que Juan Manuel, apodado “El pelao” compró un mulo, que se había quedado ciego y no servía en el campo, para carne. Tenía tratos con cierto matarife, que vendía en salmuera el mulo por caballo y como caballo lo cobraba. Pero al poco rato de marcha el animal, que desconocía el camino, se salió de la vereda y vino a caerse por un pequeño terraplén. Debió partirse el espinazo pues quedó inmóvil de los remos.
“El Pelao”, que era mezquino hasta la náusea, montó en cólera al ver que la miserable ganancia se pudriría al solano en aquella zanja y escupiendo blasfemias comenzó a apalear al pobre inválido. Acertaron a pasar por allí los mozalbetes del pueblo, que se desperdigaban hacia sus casas y se contagiaron de la saña de Juan Manuel, con lo que cada cual comenzó a dar rienda suelta a su barbarie, el uno tirándole piedras, los otros azotándolo con improvisadas vardascas. Entre los chavales se encontraba Damián, el hijo del también Damián, dueño del mulo hasta aquella misma mañana. Bien por mayor sensibilidad o porque desde chico se había criado compartiendo con él las moscas y muchas veces se había ahorrado fatigas a su lomo, el chiquillo quiso evitar aquel festín de brutalidad, primero increpando, luego luchando a brazo partido, y por último interponiéndose entre el desventurado cuadrúpedo y la paroxística chusmilla. En seguida lo descalabraron y echó a correr llorando, tapándose la brecha con una mano.
A don Román, que departía con las señoras camareras de la
Hermandad del Santo Entierro, advertido por lo escandaloso de la sangre y por
las explicaciones entrecortadas del niño, le faltó tiempo para arremangarse la
sotana y encaminarse hasta el lugar con las formidables zancadas que le
permitían sus largas piernas.
Fotografía de M. Cascales |
Al poco, con los aspavientos de las mujeres que comenzaron a difundir lo que se erigió como verdadero acontecimiento, un enjambre de criaturas siguió sus pasos hasta llegar al lugar del suceso.
Don
Román, congestionado por la agitada caminata y la rabia, arrebató una cañilla a
uno de los zangolotinos y comenzó a azotar traseros a diestro y siniestro,
hasta reprender a “El Pelao”, que cegado de ira se encaró con el cura. Tuvieron
una agria discusión, mientras don Román, con la fuerza de su robusto brazo,
asía por la muñeca al otro, que bajo la presión hacía oscilar el garrote.
-¡Me
cago yo en los curas del carajo que se salen de sus rezos y sus asuntos, que el
mulo es mío y hago con él lo que me pete! ¡Y ojo... porque no me refrenan a mí
los hábitos, por menos que debajo de ellos no se encuentren dos cojones!
-Donde
no se encuentran es pegados a tu culo, porque hay que ser muy cabrón, muy
bajuno y muy cobarde para dar de palos a un animal quebrado.
Sopesaría,
el tal Juan Manuel, que no era apropiado calentar en demasía al cura, que ya
hablaba de un cabrón y dos cojones hasta en presencia de las cofrades,
y que si
se terciaba una tanda de puñetazos él iba a salir malparado, así que aflojando
la mano y dejando caer el palo al suelo le escupió con desdén:
-Usted
al Santo Entierro, pater, que es lo suyo.
-Y
al Santo Entierro vengo, hijodeputa, que en este mulo hay más Dios que en ti lo
ha habido nunca.
Con
aquellas palabras, Román Sancho Fernández, acababa de firmar su propia
sentencia.
El
hecho dio que hablar durante semanas y semanas no sólo a todo el pueblo, sino a
los de todas las pedanías cercanas.
En
algunos cafetines el cura le partió el bastón al pobre gañán en la cabeza. En
otros el mulo, tras la bendición del cura, milagrosamente, se enderezó. Al cura
se le soltó la lengua y se cagó en la Virgen. El cura, no tuvo mejor cosa que
hacer que darle una pedrada a un chavea. El cura hizo escarnio público de un
bracero porque compró un mulo cojo. Todo el pueblo se fue con el cura a sacar a
un caballo de una acequia porque el niño de los Gómez-Tapia iba a dar una
recompensa a quién lo hiciera. El cura repartió la recompensa entre los
parroquianos. El cura se llevó la recompensa y se fue a la capital, Dios sabe a
gastárselo en qué.
Porque
Don Román sí fue a la capital; llamado por el Señor Obispo.
Nada
quiso saber Su Ilustrísima de caballos, acequias, gañanes ni brechas.
Lo que al obispo le alarmó, por lo que pidió explicaciones fue por: “Qué disparate es eso de mezclar el Santo Entierro con un mulo. Y qué es eso de que en el mulo más habita Dios que en un cristiano”.
Paréceme
que en el cielo hay corderos, que con su banderín y su escudo representan al
Santísimo
y que San Roque
habrá obtenido salvoconducto para su perro.
¿No acompaña el león a San Marcos,
el toro a Lucas
y la rapaz a Juan?
¿no es hablar de Jonás y hablar de la
ballena?
Brueghel el Viejo |
¿y no es mayor extravagancia que un dragón con alas y escamas escolte
a San Jorge?
Don Román, que detestaba los remilgos... ¿tendrá su bestia celestial en aquel desgraciado mulo?
A la postre ambos vinieron a morir en una cuneta
de la misma vereda.
Salió el padre Sancho del Palacio Episcopal
cabizbajo y desolado.
Con la cerviz gacha, humillada por la coroza del hereje.
Pecando de malos pensamientos, por no haberle roto la boca al rufián con su
puño y al obispo con sus razones.
Y, puesto que en la capital estaba, pecó
además de soledad y fe endeble, al despojarse de sus vestiduras y entrar en una
tabernucha de barrio
para dar cuenta de sus muchas dudas y desengaños a tres
jarras de tintorro, a palo seco.
Veo perros salvando vidas en terremotos, aludes y otras catastrofes naturales
ResponderEliminarVeo perros guia ser los ojos que sus dueños un día perdieron
Veo compañeros peludos que arrancan sonnrisas a niños autistas y mayores olvidados por sus familias pero...
Todavia no lo he visto en ningún arzobispo, cardenal o prelado mentiría sino dijera que si he visto dejarse el alma y las manos ayudando a curas rurales, pero son los menos, quizás cuanto mas escalas mas lejos dejas lo verdaderamente importante la HUMANIDAD con mayúscula el respeto a cualquier ser viviente .
La maldad es humana :-( ( pero de algunos mas que de otros)
Vivir alejado, en esas torres de marfil... entre documentos y legajos... pisar suelos tan fríos le va helando a uno el corazón. Al final ya no se sabe lo que se predica. Importa más la forma que el fondo, el continente más que el contenido. Se pierde la perspectiva.
ResponderEliminarEl amor se alimenta del roce. Y la asepsia termina matando el bendito virus del amor, que como todo, se contagia.
Siempre duele la incomprensión que aboca a la soledad.
Da pena ver a tanta gente llena de sus propios resentimientos y amarguras que ne-ce-si-tan vitalmente llenarse el alma de más porquería para retroalimentarse. Lo que nadie ha visto nunca es al PSOE, sindicatos y amargados varios abrir comedores sociales, irse al Amazonas o al centro de Africa, por miles y miles durante siglos acumulando otros tantos miles de mártires. España es proporcionalmente el pais del mundo que más misioneros envía al tercer mundo.
ResponderEliminarNingún arbol podrido da tantos buenos frutos, por tanto esa estúpida y facilona visión de que los Obispos y "jerarquía" de nuestra Iglesia, la Iglesia de nuestras madres, abuelos, antepasados son muy malos y los curas todos buenos. Todos los Obispos han sido antes cura de parroquia y han atendido comedores sociales y lidiado con mil y un problemas de sus fieles.
Muchos no saben que el Cardenal Rouco cuando salió el SIDA y ni enfermeros ni médicos querían acercarse a los enfermos porque había horror y desconocimiento, era de los que cogían en brazos a esos enfermos para dar ejemplo. Ocurre que por mandato de Jesús estas cosas no se cuentan, para no caer en vanidades y "lucir camiseta" como hacen los de fuera.
Pero la campaña ideológica permanente del laicismo, socialismo y masonería continúa empozoñando las cabezas de muchos, que viendo no ven y oyendo no oyen.
"Nadie es más que su maestro, si a Mí, me han perseguido a vosotros os perseguirán"
Advirtió Jesús a sus primeros Obispos....