Javier Ruibal canta "La Flor de Estambul" versión de la Gnosienne nº 1 de Erik Satie.
Vídeo elaborado con fotografías antiguas y obras de Tanoux, Briullov, Bridgman, Matisse, Renoir, Richter, Hoffman, Costa, Chandler, Herrera, Leighton, Masriera, Sichel, Pla, Pilny, Gerome, Tanoux y Sedlacek.
LA AJORCA
Si oyes su primer tintineo aún
estarás a tiempo. Abandona la guardia. O mejor: huye.
El
último abalorio que abrocho a mi cuerpo es una ajorca de sesenta caracolas que
rechinan con mis pasos. Guárdate de las risas de sus conchas de plata, que se
alborozan al ceñirse a mi tobillo. Guárdate del cascabeleo de los primeros
pasos. Acuérdate de Ulises y embota tus sentidos; defiéndete o engáñate... pero
no quieras prestarte a cantos nefastos. En esa ajorca brama el mar y redoblan
espumas de infortunio cada vez que mi talón, a golpe de ola, enfila hacia tus
ojos.
Soborna a quien sepa cubrir tu
retirada. Y ciñe el alfanje -por si acaso-.
A mí, bayadera descreída, no me
hagas creer en Salomé. Que la cabeza que reclamo está fuera de mi alcance. Que
mi tributo es audaz; y es tu cabeza.
Guárdate de los sesenta velos que me
ocultan. Del tornasol irisado de mi sombra. Mira que no me despojo más que de
siete. Mira que en los que me permanecen, aun tan livianos, te prometo la
tiniebla.
Guárdate, por tu vida, de contemplar
el punto donde ondea mi ombligo; pues oscila en él, sinuosa, una cobra ciega,
destilando sólo amargura. Guárdate del meandro dulce que se agita levemente al
compás de las flautas. Guárdate del rocío que no calma sed alguna. Por la
cintura se desliza, goteando incienso y esencia de lejanías. No otorga frescor,
pues brota del sahumerio cobrizo que ni siquiera conoces; ese donde abrevan
cada madrugada potros locos que ríen gemidos negros y llamaradas.
¿Ves alguno?
Ramonean, imprevisibles, prontos a
desbridarse, bajo la última costilla que se retuerce y se estira, tal como el
acordeón de las recurrencias.
¿Los ves?
Llegan a galope tendido desde la
clavícula, huyendo del aliento feroz que agita la tenue gasa que desdibuja mi
boca.
Mis labios ocultos, que sin embargo
sonríen.
Guárdate. No digas que no te
advierto.
Antes que te sepulte la madre
tierra, que se enmascara entre mi carne. Antes de que Astarté te ciegue por
capricho. Antes de que pronuncie su maldición o te ahogue, hecho aluvión, el
cauce de mi piel, ya desbordado. Mira que es fuerte el oleaje que viene y va,
arañando abismos, destrozando roca y sílice.
Guárdate de las caricias profundas
de las pupilas de indeleble tinta que te buscan, te cercan y te envuelven. Del
manso destello que te asedia sobre el velo. Pronuncian melodías mudas que
adormecen por contumaz fascinación.
Se mecen las caderas. Y mecen al
niño que fuiste.
En los recodos de ese vaivén se
entibian salmodias de olvido. Ofertan nimbos púrpuras con olor a madre. Se
cimbrean rotundos e incitantes, como dunas con vida propia, tenaces en su
designio, con determinación voraz. Ocultan al portentoso vientre, sumiso, dulce
y secreto. El amoroso cáliz que nada sabe de su poder.
Del vientre flexible e incendiario que se entrega, sin treguas ni calma, baile a baile. Sin ninguna
voluntad. Ahí, en su sima, duerme con agitado sueño una manada de delfines
salados y escurridizos. Si miras ese centro, verás cómo late una porción de
piel, húmeda y dorada, y sentirás cómo se inflaman desigualmente sus lomos de
terso acero.
Adivina cómo se hinchan y se
deshinchan, ávidos y suplicantes. Mientras el aire se ondula y la arena se
ondula, y se ondula tu paladar, tu dicha, el mundo y los planetas. Mientras el
vientre, ajeno a todo, traza en el espacio sus cifras ignotas y expande sus
esporas de misterio.
No me reproches que no te lo
confieso.
Ahora, que estoy a punto de
abrocharme esa ajorca de plata donde palpita un océano.
No debiera advertirte, y te
advierto.
Antes de que te sientas varado,
antes de que te rindan tragantadas de agonía salobre, pues te profetizo, otra
vez, la inmensidad. Con sus algas rojas y sus criaturas de silencio. Con
miradas abisales de monstruos sin culpa. Con anémonas de afelpados tentáculos y
medusas que inflaman los recuerdos.
Tengo una ajorca en la que se
arraciman caracolas. Ésa que no debes oir. Porque la cabeza de mi premio es tu
cabeza.
Guárdate del balanceo que traza mi
pelvis. Ese esqueleto de un antiguo coral, blanco y duro, trepidando bajo el
cinturón de monedas que braman su vértigo. Cuídate, que las palmas y el mismar
ya nublan la puerta por donde debes huir. Que, como el chacal del desierto, mis
fauces comienzan a ensalivar tu esperanza. Que aprendí del sacre cruel y así
vuelo; y este círculo fatal se estrecha más y más. Cuídate del timbal que cada
vez golpea más hondo. Hasta el más curtido tuareg desconfía del torbellino que
estalla de improviso en el desierto. Cuídate, que la nube azul de tu aliento la
engulle mi médula girando. Que ese aire lo agosta todo, que lo devora todo;
cuídate. Abre tu palma y rodea ese alfanje, que ya es sabio surcando tiernas
vísceras y es capaz de detener latidos. Siempre fue arrogante ese rubí que
destella triunfo... no cedas, imprudente, a su soberbia.
Que el premio de mi destreza no es
otro que tus pensamientos. Cuídate, que todo es lesivo.
El pelo que azota mi espalda, con la
furia eléctrica de la anguila de mirada impasible. Las puntas de mis dedos, que
anudan invisibles razones en el aire. Y mis hombros que rotan, expandiendo
guarismos hasta hundirse por la frontera incierta de tus pestañas. Mis brazos
que se crecen y se repliegan, como el pudor intermitente que vela, ineficaz, a
la inocencia.
Escapa del halo sensual de esta
tristeza. ¿No adviertes que soy la dueña del presente fugaz, de la verdad
absoluta de un instante?
Cuídate de la majestad de esta Gorgona avara, que
exhibe su paroxismo, presa de la danza. Estremécete, porque no es esclava:
esclaviza. Huye aún si estás a tiempo y desdeña a quien te llame cobarde; -¿qué
sabrá él?-.
Pronto, muy pronto cesará el
derbake. En el ínltimo trance exhalaré el grito final, y como la parturienta,
quedaré tendida, irreal y exhausta. Cerca de tus manos inertes, de
tus párpados absortos, de tu entrega inmóvil, de tu lengua quieta.
Poco a poco, acompasándose, el
hálito de mi garganta empañará el mármol, poco a poco mi jadeo se irá
apaciguando y cuando alce mis ojos... entonces... esa voz más poderosa hablará.
Me alzará solícita del suelo, pronta a otorgarme su gracia.
Y yo... pediré tu cabeza.
(Nuestras cabezas).
Baila Kayra. No baila, la mueve la música. Ella sonríe y evoluciona con una distinción y elegancia difícilmente superables en el dificilísimo arte del baile oriental. Gran maestra de quien obtuve el privilegio del primer aproximamiento a esta extraordinaria forma de expresión.
Y si has lamentado que el video terminase...
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