TRISTEZA DE ORANGUTÁN
(Leí, hace mucho que los simios eran hombres malditos.
O quizá...)
Acababan de darle la sentencia.
Y vislumbró el fin de la quimera.
La ira ardía en roja pelambrera
Esperando, sin fe, una clemencia.
Aulló sobre la inmensa pajarera
De aquel vergel, que presagiaba ausencia.
Y se abrió, en un quintal de corpulencia,
En el mapa de su cuero una tronera.
Imaginó la caza y el balazo.
Apeló al buen Dios aunque era agnóstico.
Y hasta quiso ofrecer su cuello al lazo.
Cerró los ojos y pensó en un nombre.
Encaró lo sombrío del pronóstico:
La inútil maldición de ser un hombre.
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